Demetrio Aguilera Malta J.P
(Guayaquil, 1909 – México, 1981) Escritor ecuatoriano. Demetrio Aguilera pasó su infancia en San Ignacio, una isla del Golfo de Guayaquil; se presume que allí descubrió al «cholo», personaje recurrente de su escritura.
Tenía veintiún años cuando, junto con Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert, publicó el volumen de relatos Los que se van (1930), considerado el primer texto moderno de la literatura de Ecuador. Desde muy joven militó en el partido comunista y ejerció como corresponsal periodístico; en calidad de tal presenció los conflictos del canal de Panamá y la Guerra Civil Española (1936-1939), en la que apoyó abiertamente al bando republicano. Viajero infatigable, residió en México desde 1958.
El conjunto de su producción literaria se sitúa en la línea de protesta social iniciada por Jorge Icaza. Su obra narrativa ofrece una mezcla de criollismo (La isla virgen, 1942) y de denuncia del colonialismo (Canal Zone. Los yanquis en Panamá, 1935). Con posterioridad, Demetrio Aguilera Malta se orientó hacia la novela histórica (Un nuevo mar para el rey, 1964) y hacia el realismo maravilloso (Réquiem para el diablo, 1978). Destacó también como reportero (¡Madrid! Reportaje novelado de una retaguardia heroica, 1937) y como autor dramático; sus piezas para la escena quedaron recogidas en Teatro completo (1970).
La que es quizá su más importante novela, Don Goyo (1933), narra la vida, muerte y sucesiva mitificación del trabajador escindido entre la tradición y la modernidad. Esta narración plantea no sólo el conflicto del hombre y la naturaleza; ilustra también los que se derivan del enfrentamiento del hombre con las exigencia de la sociedad, en consonancia con los parámetros ideológicos del grupo de Guayaquil, que había fundado con Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert. Novela de formación, en ella se vislumbran temas contemporáneos que cuestionan principios de desarrollo, tradición y nacionalidad. Su mayor logro consiste quizás en su reivindicación de los imaginarios mestizos, que le han valido ser considerado el más claro antecedente del realismo mágico latinoamericano.
El cholo que odió la plata
–¿Sabés vos, Banchón?
–¿Qué, don Guayamabe?
–Los blancos son unos desgraciados.
–De verdad…
–He trabajado como un macho siempre. Me he jodido, como nadie en estas islas. Y nunca he tenido medio.
–Tenés razón.
–Y no me importaría eso, ¿sabés vos? Lo que me calienta es que todito se lo llevan los blancos. ¡Los blancos desgraciados…!
–Tenés razón.
–¿Vos te acordás?… Yo tenía mis canoas y mis hachas… Y hasta una balandra… Vivía feliz con mi mujer y mi hija Chaba…
–Claro, te he conocido desde tiempísimo…
–Pues bien. Los blancos me quitaron todo. Y –no contentos con esto– se me han tirado a mi mujer…
–Sí, de verdad. Tenés razón… Los blancos son unos desgraciados…
Hablaban sobre un mangle gateado, que clavaba cientos de raíces en el lodo prieto de la orilla. Miraban el horizonte. Los dos eran cholos. Ambos fuertes y pequeños. Idéntico barro había modelado sus cuerpos hermosos y fornidos…
Banchón trabajó. Banchón reunió dinero. Banchón puso una cantina. Banchón –envenenando a su propia gente– se hizo rico. Banchón tuvo islas y balandras. Mujeres y canoas…
Compañeros de antaño, peones suyos fueron. Humillólos. Robóles. Los estiró como redes de carne, para acumular lisas de plata en el estero negro de su ambición…
Y un día…
–¿Sabe usted, don Guayamabe? Don Banchón se está comiendo a la Chaba, su hija. La lleva pa’l Posudo… Creo que la muchacha no quería… Pero él le ha dicho que si no lo botaba a usted como un perro…
Y otro día…
–¿Sabe usted, don Guayamabe? Aquí le manda don Banchón estos veinte sucres. Dice que se largue. Que usted ya está muy viejo. Que ya no sirve pa’ na… ¡Y que él no tiene por qué mantener a nadie!
–Ajá. Está bien…
Meditó.
No eran malos los blancos. No eran malos los cholos. Él lo había visto: Banchón. Su compadre Banchón, lo había ayudado antes. Se había portado, como nadie con él…
Pero…
La plata. ¡La maldita plata! Se le enroscó en el corazón, tal que una equis rabo de hueso.
¡Ah, la plata!
Y después de meditar, se decidió… Para que Banchón –su viejo amigo– no lo botara nunca más. Para que Banchón se casara con su hija. Para que Banchón fuera bueno…
Le prendió fuego a sus canoas y balandras. A sus casas y sus redes.
Y cuando en Guayaquil –ante un poco de gente que le hablaba de cosas que no entendía– le pidieron que se explicara, balbuceó:
–La plata desgracia a los hombres…