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José de la Cuadra

Biografia

José de la Cuadra Vargas fue un abogado, diplomático y escritor ecuatoriano, miembro del Grupo de Guayaquil. Es considerado uno de los cuentistas más destacados de la literatura ecuatoriana, ​ con una nutrida obra en que exploró la vida del pueblo montuvio a través del realismo.

José de la Cuadra y Vargas (Guayaquil, 1903-1941) fue un escritor ecuatoriano. Hijo único de Vicente de la Cuadra y Bayas y Ana Victoria Vargas y Jiménez Arias, oriundos de Guayaquil y Piura, respectivamente.  Formó parte del Grupo de Guayaquil o Grupo de los Cinco, acaso el más significativo movimiento del siglo XX para la evolución de la prosa en Ecuador.

Cursó los estudios de Derecho y fue profesor de la Universidad en su ciudad natal; ocupó un alto cargo en la administración pública (1939). Sus ideas socialistas lo inclinaron hacia una literatura de fondo social, de realismo dramático, en estilo cuidado y musicalmente vigoroso.

fue fundador de la Universidad Popular Guayaquileña. Fue secretario de la Gobernación del Guayas. Como fue socialista, esto inclino` a su literatura hacia el realismo social

Obras

  • Novelas
    • Olga Catalina (1925)
    • Perlita Lila (1925)
    • Los Sangurimas (1934)
    • Los monos enloquecidos (1941) inconclusa por su muerte.
  • Cuentos
    • El amor que dormía (1930)
    • Repisas (1931)
    • Horno (1932)
    • Guashingtón (1938)
  • Ensayo
    • El montubio ecuatoriano (1937

AYORAS FALSOS (FRAGMENTO)

El indio Presentación Balbuca se ajustó el amarre de los calzoncillos, tercióse el poncho colorado a grandes ratas plomas, y se quedó estático, con la mirada perdida, en el umbral de la sucia tienda del abogado.

Este, desde su escritorio dijo  aún:

 

-Veerás, verás no más, Balbuca.

Claro de que el juez parroquial…

¡longo simoniaco!… nos ha dado la contra;  pero, ¿quiersde contra?, nosotros le apelamos.

Añadió todavía:

-No te olvidarás de las tres ayoras.

El indio Balbuca no lo atendía ya.

Masculló una despedida, escupió para adelante como las runallamas, y echó a andar por la callejuela que trepaba en cuesta empinada hasta la plaza del pueblo.

Parecía reconcentrado, y su rostro estaba ceñudo, fosco.  Pero, esto era solo un gesto. En realidad no pensaba en nada, absolutamente en nada.

De vez en vez se detenía, cansado.

Estorbaba con los dedos gordos de los pies el suelo, se metía gruesamente aire en los pulmones, y lo expelía luego con una suerte de silbido ronco, con un ¡juh! prolongado que lo dejaba exhausto hasta el babeo.  Enseguida tornaba a la marcha con pasos ligeritos, rítmicos.

Al llegar a la plaza se sentó en un poyo de piedra.  De la bolsita que pendía de su cuello, bajo el poncho, sacó un puñado de máchica y se lo metió en la boca atolondradamente.

El sabor dulcecillo llamóle la sed.

Acercóse a la fuente que en el centro de la plaza ponía su nota viva y alegre, y espantó a la recua de mulares que en ella bebía.

-¡Lado! ¡Lado! -gritó con la voz de los caminos- ¡Lado! Tomó el agua revuelta y negruzca en su mano ahuecada que le sirvió de vasija.

 

 

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